Siempre fui muy enérgico en
todo lo que me propuse y todo lo que quise.
Siempre tuve la energía
suficiente, o el poder suficiente para hacer lo que consideré que debía hacer
en cada momento.
Simplemente puse todas mis
capacidades al servicio de tener éxito en un objetivo que me había impuesto, siendo lo único importante, lo que yo había considerado que tenía que hacerse.
De este modo emprendí viajes
con mucho sacrificio, encaré producciones complejas y de alto riesgo, llevé a
otras personas hasta su límite, conseguí muchas cosas y logré el apoyo de mucha
gente, ya sea en lo laboral o cualquier otro aspecto de la vida.
Mi Ego por aquellas épocas se
alimentaba de anécdotas faraónicas, de escenas que vistas de afuera eran el
deleite de toda persona que desease vivir una aventura con éxito. Los que me
rodearon siempre vieron rasgos en mí que les resultaba interesante tener para
ellos, siempre planteé una suerte de sensación de que lo que yo lograba hacer
era algo que el otro, o quien estuviera fuera de mi circulo, se estaba perdiendo
irremediablemente. Esto, también alimentaba mi muy bien camuflado ego.
Desde un poco antes de
comenzar “la parte dos” de mi vida,
ya había levantado el pié del acelerador y conseguía contactarme mas
con mi interior, y también fortifiqué bastante mi autoestima como para que no
hiciera falta que todo se basara en el ego. De a poco, le daba paso a vivir con mas plenitud, y con menos
euforias explosivas.
En este proceso de conexión,
comencé a practicar Yoga, en el centro “Ananda”
Así, todos los Lunes,
miércoles y viernes a las 8 AM tomo las clases con Adriana, quien termina con
una frase que comenzó a hacer eco en mi.
“acepto el día tal cual se me presenta, reconozco que
no soy el hacedor, sino que soy un alma haciendo experiencia”
Asumir esto, me da paz
instantánea, pero a la vez me genera cierto ruido, cierta inquietud, que este
fin de semana (un año después de escucharla por primera vez) pude aclarar.
Resulta que este paradigma de
aceptar lo que se me presenta, parecía
absolutamente opuesto (pasivo) a mi modo de vivir, poniendo toda la energía (con un
costo negativo altísimo) en hacer lo que
se me ocurre que es perfecto para mi.
Hoy, siempre confiando que
ese paradigma es realmente elevado y que en todo caso yo no estaba a la altura de esa afirmación, entiendo que es
absolutamente compatible el aceptar lo que se me presenta con el ir por lo que
quiero, la clave pasa por contemplar,
hacer y aceptar, todo al mismo tiempo sin un orden específico.
Al contemplar, puedo elegir lo que realmente dice mi corazón (no tanto mi cabeza), al hacer, construyo mi camino,
y al aceptar, lo amo.
Lo amo sin cuestionarlo.
Un surfer acepta la ola tal
como se le presenta, pero primero, tomó su tabla y se metió en el mar.
Un remero acepta la corriente
en contra o a favor, pero antes eligió ser remero, luego hace lo que se requiere
de él, ya sea gozar la corriente a favor, o dar todo de sí en la corriente en
contra, incluso puede parar a esperar que la corriente cambie.
Decidí aceptar las
cosas tal como se me presentan, con la seguridad de que además así hago mi
camino