La mejor época de mi vida es,
sin duda, ésta.
Tengo un rol en el mundo, estoy
acá para algo, es un descubrimiento que hice una vez que limpié mi cabeza de lo
que yo mismo me imponía, probablemente producto de mi cultura y también de mis
elecciones.
Dejé de lado todo lo que
conseguía a base de energía y esfuerzo, y que no era más que producto de mi
mente.
Dejé a un lado todo lo que no
tenía que ver con mi SER, o con mi instinto.
Dejé de servir a mi cabeza y sus
construcciones.
Dejé la convicción de que todo
lo que pudiera crear mentalmente y razonadamente, eran las mejores y mas
acertadas opciones para mi.
Mi instinto estaba aplastado por
mi razón, la cabeza no era una herramienta para mi, sino que era el “jefe” del
cual yo era una especie de esclavo.
Aún cumpliendo con todo lo que
correspondía a una vida buena, (según mis dictámenes), no se veía reflejado en
la satisfacción y bienestar, que se supone debería sentir.
Hoy las cosas son muy
diferentes, y, a base de introspección, trabajo personal, momentos a solas
conmigo mismo (muchas veces en la naturaleza), charlas con personas que
considero sabias, y una actitud de humildad donde no pretendo tener la razón en
nada, pude experimentar y conocer cual es mi rol.
Si bien hace tiempo que tengo
claro que mi visión del mundo es: “Un mundo de amor, pasión y libertad”
hace relativamente poco que sé con certeza que mi rol es el de simplificar las
cosas a los ojos de los otros, desdramatizar conflictos, empoderar al otro,
hacerlo llegar a donde le corresponde llegar, mostrarle que no hay que ser un
genio para lograr objetivos, transmitir que realmente no nos hace falta mucho
para llevar una vida feliz, cargarlo de ganas de ir por mas, etc
Un día vi un mural con dibujos de frutas, muy alegre y colorido
que decía “dedicado a nuestros clientes” eso solo me bastó para entender
que detrás de eso había una persona cumpliendo su rol de manera alegre. Era la
verdulería de Darío en Avenida Lacroze sobre el nuevo viaducto, a metros de la
estación Colegiales del tren. Él cumple su rol de manera alegre y al parecer
sin cuestionarse.
Hace lo suyo con amor y
dedicación, y sobre todo con una cara sonriente.
En una de esas tardes que paso
en el Tigre remando, me di cuenta que cumplir mi rol me hace feliz, y me di
cuenta también que muchas veces pensamos (e inventamos) cual es el rol mas
“groso” para ocupar y hacemos todo para alinearnos y cumplir con ese
pensamiento.
En definitiva eso no deja de ser
un acto de egoísmo.
Me di cuenta que debo honrar el
rol que se me regaló y que eso me va a hacer feliz, y que desoírlo no es justo
ya que es ese rol en el que más brillaré y con el que mas iluminaré.
Solo así formo parte del ecosistema, y ese es en definitiva mi camino a
la felicidad.
No puedo imaginar a una planta
sabiendo que su tarea es la fotosíntesis, simplemente eligiendo hacer otra
cosa.