El día de la inauguración sentí la necesidad de visitar el
espacio en soledad, antes de que llegue el público, de modo que pedí a la
galería que me permitiera estar un rato allí, para lo cual abrieron el espacio
y me dejaron solo.
Esa fue la primera y única vez que pude contemplar en
silencio y comprender lo que estaba por suceder, entendí que no podía
resistirme mas, y que debía dejar que el río corriera su cause libremente,
dentro y fuera mío.
Entendí que soltara o no, esto iba a suceder, así que decidí
soltar. Soltar es paz inmediata.
Se abrió la puerta y entró Rachel, buscando una escuela de
conductores (o el baño de esa escuela, no recuerdo bien). Obviamente no era
este el lugar que ella estaba buscando, pero al ver una de las imágenes
colgadas frente al ingreso, hizo un sonido de cierto asombro y, tal como si se
tratara de una muestra ya inaugurada al publico, entró al lugar a contemplar la
obra.
Sentí esa especie de pudor, de cosa en el estómago, de
resistencia ante esa extraña invadiendo mi intimidad, hasta que volví a soltar
y dejar que las cosas fluyan libremente.
Me tocó tanto eso en ese momento que
no podía evitar llorar, era tan confuso todo, eran sensaciones desbordantes,
había felicidad en mi, pero también otras cosas que luego se acomodaron.
Rachel pasó 30 minutos observando en silencio, incluso yo me llegué a preguntar en algunos momentos "porque se queda tanto tiempo delante de algunas imágenes? Nadie se queda nunca tanto tiempo, parece que lo hace a propósito", como si la vida me dijera
“No te resistas porque me voy a quedar mirando todo lo que se me cante, así que
acostúmbrate”
Cuando terminó de observar y luego de preguntarme cosas
sobre mi trabajo le pedí de sacarnos una foto juntos, y le expliqué que era la
primer exhibición de mi vida y que ella había sido la primer persona en entrar
como espectadora y que eso significaba mucho para mi.
Les presento a Rachel.